Microrrelatos de Gabriel de Biurrun Baquedano

Juan Yanes


Línea de muertes y nacimientos

Hay una certeza enterrada en el límite mismo de la brevedad. El hoyo no es profundo, pero el terreno pedregoso lo mantiene oculto. Debe uno pisar con cuidado, sin arrastrar los pies, no sea que se descubra y la certeza lo agarre por la pantorrilla. En ese caso, que tampoco es tan terrible, basta con agacharse e ir retirando poco a poco los guijarros que la aprisionan, como quien libera con mimo la moneda que recién enterró en la playa para un hijo explorador.
Cuando la certeza comprenda que va a ser expuesta soltará su presa y se dejará extraer. Esta certeza vive fresca y útil a lo largo del camino que uno anda, mientras uno no pise otra certeza. En ese caso, la certeza vieja se desprende, como momificada, y yace quebradiza junto a la tumba de la que brota la nueva certeza que uno adopta. Así, el camino de la brevedad está sembrado de leves sepulturas profanadas, guardadas por los cadáveres de certezas previas. 

Cuerpos extraños

Estoy parado en la línea misma que los separa. A mi derecha, con un renqueante discurrir de norte a sur, fluyen los físicos abruptos. Entes cuyos orificios nasales parecen producto de un macabro juego de espejos, el sujeto de la cabeza extraña que no puede ser sino recipiente de forzados cubismos, bestias que son el resultado de apuestas divinas, de equilibrismos cromosómicos; multitudes con dedos aberrantes que señalan con requiebros aquí y allá, bellezas insondables que observan con ángulos insólitos desde sus irónicas bizquedades. Todos caminan o se arrastran a mi derecha, siguiendo el camino que la humanidad marcó para los cuerpos extraños.
A mi izquierda, sin embargo, en una densa secreción de masiva normalidad, brotan y corretean las perfectas formas, caderas de precisos cosenos, bíceps y trapecios, mentones y narices romanas pero poco. Un desfile de majorettes, un remolino de peces azules que vuelve pronto al caudal impuesto. La perfección marcando el compás con una armonía verde y roja de tan simple.
De vez en cuando, un fallo en el sistema, un pequeño temblor de pata de mesa hace saltar por el aire a varios individuos que caen en la mediana, donde la hierba descuidada alberga miles de caracoles de noches de lluvia. Y allí esta gente copula con una fiereza de ganas eternas, y de sus vientres salen los hijos que resbalan a lo que llamamos mundo.

Alimento

Igual que suenan quejosas las tripas del que todavía no ha almorzado, igual que quieren digerir el aire entre comidas, igual. Así suenan los ruidos en la noche de este campo abierto, con la vía del tren allí, en un dónde; con los árboles detrás, raspando unas gotas que habrán de caer al fin.
Devora el aire sus pequeños objetos, animales, gentes, que desaparecen, defecados en capas abstrusas de la tierra; que aparecen, a veces, medio digeridos en algún camino, muertos, heridos, mutilados o enfermos de un jugo gástrico de mundo, de un vivir.

Ser y dejar

Un día viene una mujer y le pregunta si es usted de ésos. Hay que contestar que no, obviamente. Tal vez ella se quede entonces más tranquila. O tal vez eche a correr y desaparezca. De lo acertado de una respuesta depende el viaje despavorido de una mujer, así como el detenerse –en el mismo tiempo– de un usted y una mujer que no ha huido. No es usted de ésos; al menos si quiere que ella se quede. Incluso siéndolo podría usted dejar de serlo en ese instante, siempre que tenga algún interés en que la mujer se quede. Así, la decisión de ser o dejar de ser, depende de la querencia por esta mujer, que podría, incluso, ser previa al hecho de ser, o al hecho de dejar de ser.
Por lo general trae menos problemas no ser.

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Gabriel de Biurrun Baquedano (Pamplona, 1973) es biólogo y camarero. Sus microrrelatos han aparecido en antologías como Mar de pirañas (Menoscuarto) y De Antología (Talentura). Publicaba textos breves en su blog “Propílogo”, pero ahora tiene una tesis entre manos.